09-06-2025 Estar - 10 Minutos con Jesús 6h1912

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración, madre mía inmaculada, San José mi padre y señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.

Pues con la resaca de Pentecostés, de esa solemnidad tan maravillosa que celebramos ayer de la venida del Espíritu Santo, del nacimiento de la iglesia, de esa valentía que se infunde en los corazones de los apóstoles que antes estaban asustados, temerosos, con miedo y ahora de repente sienten en su corazón, en su alma, una fuerza, un aliento, un soplo que les empuja a anunciar el evangelio a toda la humanidad sin ningún respeto humano, pues después de esa gran solemnidad hoy celebramos a María Madre de la iglesia, María que siempre nos acompaña, que siempre nos sostiene, que siempre está pendiente de nosotros, que siempre está a nuestro lado y ponemos en corazón hoy en el Monte Calvario, meditando ese pasaje maravilloso en el que tú Jesús, dolorido, ensangrentado, sin apenas respiración, con tu cuerpo destrozado, a punto de ofrecer tu último aliento, le dices a Juan y nos dices a todos que María es nuestra madre.

Tenemos que volver una y otra vez al Monte Calvario, a veces tenemos la tentación de pensar que sólo podemos contemplar la pasión en el tiempo de Semana Santa, meternos en esos sentimientos tuyos Jesús, pero la pasión es para todo el año, la pasión es para todo momento, la pasión es para todo instante, porque siempre tenemos que contemplar ese misterio en el que tú nos demuestras de forma tan palpable que has dado la vida por mí y ese es el lugar en el que tú nos demuestras Jesús, que nos quieres no con palabras bonitas o con discursos muy elaborados, que nos quieres con obras, que nos quieres con tu entrega, que nos quieres con el ofrecimiento total de tu vida para salvarnos. Jesús ayúdame a tener un cariño muy grande a tu pasión, a saber meterme cada día en ese misterio en el que tú me manifiestas que mi vida es importante para ti.

Y hay una cosa bien llamativa de la Virgen María en este momento tan duro, tan difícil, en este momento cumbre de la historia de la humanidad, María nada pudo hacer para evitar tu dolor Jesús, no te pudo secar los escupitajos, no pudo coger la cruz para que te fuera más ligero el peso y decirle al cirneo apártate que yo soy su madre y que yo quiero aliviar su dolor, no pudo limpiarte la sangre, no pudo apartar a los soldados para que no se burlaran de ti, para que no se rieran, para que no te despreciaran, no pudo arrancarte con delicadeza esa corona de espinas que taladraba tu cabeza y tampoco ponerse delante para que los latigazos que te daban se los dieran a ella en tu lugar, no pudo, no pudo. En la pasión continuamente tuvo que sentir esa impotencia de no poder y cuánto dolor tuvo que sentir, esa impotencia de ver cómo el ser amado sufre y no puedes hacer nada físicamente para aliviarle.

Cuántos hijos por ejemplo que tienen a su padre o a su madre enfermos sienten esa impotencia porque les gustaría curarles con sus propias manos si fuese necesario y se tienen que conformar con acompañarles en su dolor porque nada pueden arreglar. Pero María sí fue bálsamo, sí fue consuelo en tu pasión Jesús. En el evangelio de Juan que hoy nos propone la iglesia lo dice claro, aparece un verbo determinante, un verbo que puede pasar inadvertido pero que es el verbo que lo cambia todo, María estaba, no huyó, permaneció, no se marchó sino que te siguió allá donde fueras, corriendo peligro, siendo objeto de burlas, lo más grande que hizo ella ese día fue precisamente eso, sostenerte con la fuerza de su mirada, aliviarte con la belleza de su sonrisa, estar, estar, acompañarte, decirte que no te sintieras solo, que no se marcharía de tu lado, que eras lo más importante para ella, que eras lo más valioso.